Buda explotó por vergüenza
TÍTULO ORIGINAL Buda az sharm foru rikht /
Buddha Collapsed out of Shame
AÑO 2007
DURACIÓN 81 minutos
PAÍS , Irán
DIRECTOR Hana Makhmalbaf
GUIÓN Marzieh Makhmalbaf-Meshkini
MÚSICA Tolibhon Shakhidi
FOTOGRAFÍA Ostad Ali
MONTAJE Mastaneh Mohajer
GÉNERO Drama
PRODUCCIÓN Maysam Makhmalbaf
PRODUCTORA Coproducción Irán / Francia
REPARTO Nikbakth Noruz (Bakhtay),
Abbas Alijome (Abbas),
Abdolali Hoseinali (chico talibán).
RECONOCIMIENTO 2007: Premio especial del Jurado en el Festival de San Sebastián; Premio de
Sinopsis.- Buda explotó por vergüenza comienza con las imágenes retrospectivas de la voladura, en
2001, de dos estatuas gigantescas de Buda talladas en roca viva. En este escenario de barbarie talibán
se nos relata la historia de Bakhtay, una niña afgana de seis años que, siendo mujer, comete el
"delito" de querer aprender a leer y escribir. El escueto anecdotario que escalona la aventura de la pequeña
comienza ya en la mísera cueva donde vive con su familia. Mientras intenta acallar a su hermanito
que llora de hambre, en la cueva contigua un niño vecino repasa en voz alta el abecedario. Bakhtay
se acerca a él; éste le recita una historieta y le dice que los libros traen historias divertidas. A partir
de ese momento, la niña sólo sueña con poder ir a la escuela; y emprende un accidentado itinerario
para conseguirlo. Hacerse con el cuaderno y el lápiz que necesita se convierte ya en una entrañable
odisea. Pero acceder a ella devine un calvario: de camino es acosada cruelmente por un grupo de niños
que juegan a la guerra, la toman como rehén y ensayan con ella la lapidación (talibán) y el fusilamiento
(americano); la escuela de niños también le queda vetada… Tan oscuro panorama parece iluminarse
en escenas de fascinante poesía y plasticidad cuando un pastor a la orilla del arroyo indica a
la niña errante: "¿Buscas la escuela? Pues sigue la luz del sol y la encontrarás. No puedes perderte".
Pero, ¿será capaz Bakhtay de superar todos los obstáculos que todavía le esperan?
Análisis de la película:
http://www.redentoristas.org/filmoteca/Film-ficha%2065%20Makhmalbaf%20-%20Buda%20exploto%20por%20verguenza-web07.pdf
A los 18 años ha sorprendido con la película
Buda explotó por vergüenza.
Es el miembro más joven del
clan Makhmalbaf. Son una familia de cineastas. Su hermana mayor, Samira,
ha sido premiada en Cannes por sus películas La pizarra (2000) y
A las cinco de la tarde (2003). Su madre, Marziyeh Meshkini,
tampoco se fue de vacío de la Mostra de Venecia cuando presentó allí
Stray Dogs (2004). Y luego está su padre, Mohsen Makhmalbaf, a quien
películas como Gabbeh, El silencio y Kandahar han
convertido en uno de los cineastas más importantes de la historia de
Irán.
Ella dice de su familia: «La censura nos
ha convertido en una familia de nómadas. Mi padre vive como un gitano
para poder hacer el cine que le interesa».
El guión de su película estuvo retenido en el
Ministerio de Cultura iraní durante meses y nunca obtuvo la autorización
necesaria. Fue rodada en Afganistán, montada en Tayikistán y mezclada en
un laboratorio en Alemania. Buda explotó
por vergüenza es una parábola, como la mayoría de las películas de
la familia, y hace un uso sencillamente espectacular de los salvajes
paisajes afganos --de la región de Bamiyán, justo allí donde los
talibanes volaron dos gigantescas estatuas de Buda--, para mostrar cómo
los juegos de guerra practicados por los adultos pervierten a los niños
y los convierten en atroces copias de sus padres. Es la más dura de
todas las películas filmadas por la familia.
Esta película,
docu-ficción, es un signo de la época. Cine de medio oriente que intenta
retratar, denunciar, su realidad:
niñas/mujeres sometidas, niños/hombres violentísimos, adultos
indiferentes, tierras áridas de esperanza.
En la
primera secuencia asistimos a la explosión de los Budas excavados en la
roca, para a continuación cambiar de registro e introducirnos en una de
esas cuevas horadadas que ahora sirve de casa a las familias afganas.
Allí, la niña Baktay ve cómo su vecino está aprendiendo a leer y siente
envidia de él.
En esa metáfora político-social en que los niños reproducen en sus vidas
las actitudes aprendidas de los mayores se advierte una dosis de
denuncia a la intransigencia talibán, al machismo o a la violencia de su
régimen dictatorial. Pero también se critica el dominio americano
posterior que les impide mantener su propia idiosincrasia y tradición,
algo que se desprende de la secuencia final en la era en que unos
agricultores trillan el grano: entonces una sombra deja evidencia de esa
necesaria renuncia al propio ideal y cultura, como la niña a ir a la
escuela, para poder sobrevivir y ser libres. Es el fracaso talibán y
también americano, dos maneras de imponerse y sojuzgar la inocencia de
unos niños que sólo quieren ir a la escuela y que les cuenten historias
sencillas.
Todo el film es
una continuada metáfora, o quizá una alegoría, sobre la vida de las
mujeres en esas comunidades, la guerra y la ausencia de libertad que
supone convivir con los talibanes. Casi cada una de las frases que
pronuncian los dos niños protagonistas podría servir para resumir el
mensaje de la película: “No me han enseñado nada, he aprendido sola”.
“Baktay, muérete, si no te mueres, no serás libre”. “No quiero jugar a
apedrear”. “No me gusta jugar a la guerra”. Se ponen los pelos de punta
sólo de escribir las frases, que podrían ser sólo inocentes expresiones
dichas por niños muy pequeños, pero que están cargadas de sabiduría.
La milicia ultraortodoxa islámica de
los talibanes, destruyó en 2001, cuando gobernaba Afganistán, los dos
mayores Budas del mundo, tallados en la roca de una montaña hace 1.500
años en la provincia de Bamiyán (centro del país). Para destruir las
estatuas, los talibanes utilizaron misiles antiaéreos, tanques y
dinamita.
Los Budas se construyeron en la
gigantesca pared de roca en el siglo V, cuando Afganistán era uno de los
centros de la civilización budista, antes de que los ejércitos árabes
introdujeran el islam en la región, en el siglo VII. Ambas estatuas eran
consideradas las más antiguas y preciosas de Afganistán.
«Antes éramos famosos por los budas, hoy sólo nos conocen por las
patatas», señala Mohamed, dueño de dos de las cuatro tiendas de
recuerdos que permanecen abiertas en el pueblo. Cuadros pintados a mano,
bandejas grabadas con las figuras y postales son los únicos objetos que
tienen relación con las estatuas gigantes, el resto de material a la
venta proviene de la artesanía local. No hay datos precisos sobre la
llegada de turistas, pero los responsables de monumentos de la ciudad
registraron en 2007 a dos mil extranjeros y calculan que otros dos mil
podrían haber visitado el lugar sin pasar por taquilla. Una cifra que no
está nada mal para un país en la situación de Afganistán.
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