viernes, 11 de octubre de 2013

El Parlamento Europeo homenajea a Malala con el premio Sájarov

El Parlamento Europeo ha otorgado el premio Sájarov a la libertad de conciencia a Malala Yousafzai, la niña paquistaní que recibió un disparo por parte de los talibanes por su defensa del derecho a la educación en su país. Partía como favorita frente a las otras dos candidaturas, la de Edward Snowden, quien destapó el caso de espionaje global de Estados Unidos –calificado como “escandaloso” por la Eurocámara-, y los presos políticos bielorrusos Ales Bialatski, Eduard Lobau y Mykola Statkevich. La nominación de Malala fue promovida por los tres grupos mayoritarios en Estrasburgo: el Partido Popular Europeo, los Socialistas y Demócratas y la Alianza de Liberales y Demócratas. La candidatura de Edward Snowden contaba con el apoyo del grupo de los Verdes y la Izquierda Unitaria Europea. La elección de Malala como ganadora del premio la ha anunciado el líder del grupo de los liberales, Guy Verhofstadt: “Malala es una inspiración para todo hombre, mujer y menor”. A partir de ese momento se han sucedido las celebraciones. La fundación Malala ha manifestado a través de su cuenta en la red social que el premio es “un honor” y lo interpreta como una señal de que “la voz por la educación que se ha intentado silenciar es más fuerte que nunca”. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, ha anunciado el premio ante la Eurocámara reconociendo “la increíble valentía de esta joven mujer”. Ha afirmado también que el derecho de las niñas a la educación “es comúnmente negado” y ha expresado que el ejemplo de Malala recuerda a los europarlamentarios “su deber con los niños y especialmente, con las niñas: alrededor de 250 millones de niñas en el mundo no pueden ir a la escuela”. Malala empezó su lucha por el derecho de las mujeres a la educación, la libertad y la autodeterminación cuando tenía once años -ahora tiene dieciséis-, a través de un blog en el que, firmando con pseudónimo, denunciaba la prohibición talibán a las niñas de ir al colegio. Los talibanes intentaron asesinarla sin éxito en octubre de 2012, aunque estuvieron cerca de conseguirlo. Desde entonces se ha convertido en un símbolo de la lucha por los derechos de las niñas y su acceso a una educación universal. El galardón, que la Eurocámara concede desde 1988 a personas u organizaciones que destaquen por su lucha contra la injusticia y la presión en todo el planeta, está dotado con 50.000 euros. La entrega del premio tendrá lugar el próximo 20 de noviembre en Estrasburgo. El año pasado, el galardón --cuyo nombre rinde homenaje al primer galardonado, el físico y disidente político soviético Andrei Sájarov-, fue otorgado a los también disidente iraníes Nasrin Sotoudeh y Jafar Panahi.

martes, 1 de octubre de 2013

Niños que mueven el mundo Pequeños activistas como Malala logran grandes transformaciones Pese a ser extraordinarios, tienen derecho a vivir su infancia

Malala celebra su cumpleaños en la sede de la ONU; Malala recibe el premio Nobel de la Paz de los niños en La Haya; Malala inaugura en Birmingham la librería pública más grande de Europa; Malala viaja a Nueva York para colaborar con el ex primer ministro británico Gordon Brown en un programa de ayuda a niños refugiados sirios… Malala tiene 16 años y un apellido: Yousafzai. Pero para todos, ella, la niña, es eso, Malala —la sonoridad del nombre acompaña—. Así conoce medio mundo a esta joven e incansable paquistaní, tiroteada el pasado mes de octubre en el valle del Swat (Pakistán) por un grupo de talibanes a los que no les gustaba lo que la menor contaba en Internet. Sobrevivió y reside en Reino Unido. Fue y es víctima de los radicales. Y ahora la llaman activista por la educación. Pero es eso, una niña. Y por derecho. “Malala es un ejemplo”, explica Jorge Cardona, profesor en la Universidad de Valencia, “de que un niño es sujeto de derecho como lo es un adulto; deben ser protagonistas de sus derechos, deben ser empoderados para defenderlos”. Cardona, docente en Derecho Internacional y Relaciones Internacionales, es uno de los 18 expertos independientes que forman parte del Comité sobre los Derechos del Niño de la ONU. “Malala”, continúa este profesor, referencia omnipresente de la defensa de la infancia, “nos demuestra que los niños no son solo objetos para proteger y que, en muchas ocasiones, son los adultos, precisamente, los que les limitan”. "Verles levantarse nos hace humildes", dice el director de KidsRights Con Malala, ese límite llegó —o lo intentó— desde los fusiles que el pasado 9 de octubre, muy cerca de su casa de Mingora, escupieron las balas que acertaron en su cabeza y su cuello. Detrás del atentado estaban los talibanes paquistaníes, de los que la menor, entonces de 15 años, había hablado en un blog publicado en la versión online de la cadena británica BBC. Malala era ya entonces un símbolo creciente de la lucha por la educación de los menores que habitan esas tierras, demasiado porosas para no contagiarse del conflicto afgano. Pero, sobre todo, era un altavoz de denuncia de los derechos de las niñas, vilipendiadas por la guerrilla radical, enemiga acérrima de que ellas, como ellos, disfruten de la educación de las aulas. Malala aguantó. Fue trasladada al hospital Queen Elizabeth de Birmingham (Reino Unido) y logró sortear la muerte. Su coraje al plantar cara a los talibanes y seguir enarbolando su mensaje tras casi perder la vida fue reconocido por la organización KidsRights, que el pasado 6 de septiembre le entregó en La Haya (Holanda) el Premio Internacional de la Paz de los Niños. “Malala ha demostrado”, dice en un intercambio de correos el fundador de la ONG, Marc Dullaert, “que los niños pueden elevar sus voces, que pueden marcar la diferencia; ella está moviendo el mundo”. "Hay que evitar su explotación económica", afirma un docente Y no cesa. Malala sigue hoy con un discurso elaborado, cargado de simbolismo, fuerte, activista y atractivo hasta el punto de maravillar a los adultos, a los que están al frente de organizaciones, certámenes o Gobiernos. “Uno tiene que acostumbrarse”, defiende el profesor Cardona, “a la sensatez y madurez de los niños”. “Ver a un menor que decide levantarse por los derechos de muchos otros y luchar contra las injusticias”, señala también en este sentido Dullaert, “nos hace a los adultos humildes”. “Si ella puede hacerlo”, continúa el holandés, “nosotros también”. Frans Röselaers, sociólogo exmiembro de la Organización Internacional del Trabajo, va un paso más allá: “Los adultos pueden sentirse un poco humillados por el hecho de que estos jóvenes consigan cosas allí donde ellos no lo hicieron”. “Los niños”, prosigue Röselaers, integrante también del jurado que galardonó a Malala y fundador de Global March Against Child Labour, “tienen derecho a expresar sus preocupaciones, ambiciones y puntos de vista”. Y tanto. La paquistaní ha conseguido una ley de educación obligatoria La siguiente frase la pronunció la menor —se atribuye al filósofo romano Marcus Tullius Cicero—, durante la apertura de la librería de Birmingham, ciudad de acogida, el pasado 3 de septiembre: “Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma”. Pero no es solo la frase. La adolescente no lee un texto, pronuncia un discurso, lo gesticula, lo interpreta y se lo mete por vena al oyente. Tiene 16 años. “Estamos acostumbrados a que los niños sean objetos de protección”, explica el profesor Cardona, “y tienen muchas cosas que aportar”. “Es jurídicamente obligatorio escuchar a un niño”. Pero no hacerle hablar de más. “Hay que evitar la explotación económica de su figura”, advierte el también catedrático. El que no pudo evitar la explotación fue el pequeño Iqbal Masih, referente en la historia de los niños activistas y símbolo también de la lucha por los derechos de los menores en Pakistán. Fue asesinado dos años antes de que naciera Malala. La lucha contra la explotación infantil fue, de hecho, su gran causa. Nació en Mureedke, cerca de Lahore (Pakistán), en 1983. Con cuatro años fue vendido por sus padres al dueño de un telar como pago por la boda de su hermano. Seis años después logró escapar y se unió al Frente de Liberación del Trabajo Forzoso, con el que predicó en contra del empleo de menores. Muy menudo, demasiado para su edad, pero sonriente, Masih, pateaba las calles entre los suyos, con los brazos en alto; ondeaba banderas y saltaba a los atriles para contar su historia. El 16 de abril de 1995, Masih, con tan solo 12 años, poco después de regresar de Estados Unidos, donde había sido galardonado por su dedicación y activismo, fue asesinado a tiros. MÁS INFORMACIÓN La lección de la niña Malala Los talibanes tirotean a una chica de 14 años por defender el derecho a estudiar Una niña transexual de seis años gana una demanda civil en Colorado Asesinado un niño paquistaní, líder de la lucha contra la esclavitud infantil ¿Por qué Malala es así? ¿Por qué lo fue Masih? “Son niños líderes”, responde Consuelo Crespo, presidenta del comité español de Unicef, “son capaces de captar de inmediato el valor de algo, muchas veces porque lo han vivido, y tienen además la inquietud de transmitirlo”. La sección española de la agencia de Naciones Unidas dedicada a la protección de la infancia reconoció el pasado mes de mayo la labor de la joven activista paquistaní con el premio Moviliza. El galardón lo recogió en persona su padre, maestro de profesión y, seguro, uno de los responsables de poner una semilla en el carácter de su hija. Malala tenía que continuar con sus clases, pero agradeció la distinción a través de un mensaje grabado en vídeo. Recuerda Crespo y coinciden los expertos en infancia consultados que lo de Malala no se queda en una voz que moviliza a miles de personas. Su lucha ha obtenido un cambio efectivo: el reconocimiento por ley de la obligatoriedad y gratuidad de la educación para los niños en Pakistán. Otra cosa será su aplicación. Y no solo eso. Tal fue y es el eco de la voz de Malala que incluso un líder de los talibanes paquistaníes, Adnan Rashid, redactó y envió una misiva dirigida a la menor para ofrecer una suerte de excusas, no disculpas, por las que el ataque, que él no deseaba, se perpetró. Grosso modo, defendía él, no fue por su defensa de la educación sino por el intento de establecer un modelo occidental. “Has dicho que el bolígrafo es más fuerte que la espada”, escribió Rashid para Malala, “y ellos te atacaron por tu espada y no por unos libros o un colegio”. “El convencimiento de Malala”, señala la presidenta de Unicef, “ha sensibilizado a la sociedad en torno a sus derechos”. Pero todo tiene un límite: “Ella tiene que continuar su vida escolar de forma normal”, continúa Crespo, “no se la puede utilizar de forma partidista o ideológica”. Samantha Reed, de 10 años, escribía a Andropov en plena Guerra Fría A tenor de lo visto, eso no ha ocurrido en este caso, aunque no se puede negar que Malala sea un reclamo para liderar campañas como la capitaneada por el ex primer ministro británico Gordon Brown para reunir 500 millones de dólares (370 millones de euros) y llevar así la educación a 300.000 refugiados sirios de los campos del norte de Líbano. Pero, ¿por qué atrae tanto el mensaje de estos pequeños líderes a los adultos? En opinión de Crespo, la falta de un sistema de educación adecuado hace que ejemplos como el de Malala sean excepcionales. “Cuando se da espacio para que participen es espectacular como se expresan”. “Hay que educarles”, prosigue, “para que saquen lo mejor de sí mismos; no son el problema, son la solución”. Y si la aportan, como aquí coincide el fundador de KidsRights, Marc Dullaert, suele ser “creativa y sencilla”. Unicef conoce bien de qué están hechos los niños, sobre todo, allí donde más difícil es serlo. “Hay muchas malalas en el mundo”, cuenta Crespo tirando de la experiencia de sus viajes, “muchos niños que mueven el mundo y no conocemos, que son capaces de cambiar la mentalidad de sus padres por una idea”. Y a veces casi sin ser tener edad para ser conscientes de ello. Eso le ocurrió a Coy Mathis, la niña que con solo seis años logró el pasado mes de junio en Colorado una de las sentencias más celebradas por el colectivo transexual de Estados Unidos. Gracias a ella, que nació con sexo masculino, gracias a la expresión de lo que sentía y al tesón de sus padres, Kathryn y Jeremy Mathis, el colegio al que acude, en Colorado (EE UU), tuvo que abrirle las puertas de los baños para niñas. Mathis, de seis años, logró en EE UU una sentencia histórica para los transexuales La pequeña Mathis empezó a inclinarse hacia todo lo que tuviera que ver con el sexo opuesto a los 18 meses. Con cuatro años, su identidad era ya la de una niña. Sus padres trataron de que la dirección del colegio, el centro elemental Eagleside, dejase que Mathis fuera al lavabo de sus compañeras, pero la escuela negó la mayor el pasado mes de diciembre y apuntó hacia sus órganos genitales como motivo. Con la ayuda de la Fundación para la Defensa Legal y Educación de los Transexuales, los Mathis fueron ante el juez y el pasado 25 de junio ganaron la demanda civil, con una sentencia pionera en EE UU, “la más comprensiva con relación al acceso de los transexuales a los baños”, según la organización estadounidense. “Ejemplos como el de Coy Mathis dan mucha fuerza”, apunta Ronny de la Cruz, vicepresidente de Cogam (Colectivo de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales de Madrid). “Habrá gente”, continúa De la Cruz, “que cierre los ojos porque se trata de una niña, pero habrá otra mucha que se pare y la escuche”. De la Cruz, de 24 años y con una larga experiencia en contacto con grupos de jóvenes, resalta el impacto que tiene que “alguien tan joven tenga claras cosas que mucha gente no logra tener en toda una vida”. Claro y cristalino tenía Samantha Reed Smith, otro de los símbolos que ha dejado la historia del activismo menor de edad, que aquello que le pasaba por la cabeza allá por el año 1982, mientras hablaba con su madre en su casa de Maine (EE UU), tenía que acabar en un folio y llegar a manos de Yuri Andropov, secretario general del Partido Comunista de la URSS. “¿Va a votar usted por una guerra o no?”, preguntaba la pequeña de 10 años en plena escalada entre los dos frentes que partían el mundo. “Si esto no le agrada, dígame, por favor, cómo va a ayudar a evitar una guerra nuclear”, le soltaba la niña al máximo dirigente de la URSS. Tardó, pero Andropov respondió a Reed Smith. Le dijo que hacía todo lo que estaba en su mano para frenar el conflicto en una extensa carta en la que el dirigente comparaba incluso a la joven estadounidense con la Becky amiga del Tom Sawyer de Mark Twain. El intercambio de correspondencia convirtió a la pequeña en la embajadora oficiosa más joven de su país. El líder soviético invitó a Reed Smith y sus padres a viajar a Moscú en julio de 1983. La repercusión mediática en las dos trincheras, pese a que Andropov no se vio cara a cara con la niña, fue excepcional. Samantha Reed Smith era ya un símbolo de la lucha por la paz. Pero la fatalidad, que parece que persigue a las voces de esos pequeños grandes activistas, truncó la sonrisa interminable de esa niña de ojos grandes y claros. Reed Smith murió el 25 de agosto de 1985 junto a su padre en un accidente de avión. Tenía 13 años. "Tienen derecho a jugar, a vivir con su familia...", recalca Save the Children Pero lo que se traduce de su historia, como de la de Malala, Masih y otros miles de niños, es el ejercicio de un derecho a menudo hurtado a los menores: el de la participación. “Son ejemplo”, dice el director general de Save the Children España, Alberto Soteres, “del derecho a participar y opinar sobre cualquier asunto que les afecte”. Un derecho que sigue abriendo camino y traspasando fronteras. A veces también por el esfuerzo de los adultos. Como recuerda Soteres, el Gobierno español, tomando la delantera junto a un pequeño grupo de países, ratificó en junio el tercer protocolo de la Convención sobre los Derechos del Niño, que reconoce la competencia de los menores para defenderse frente a una instancia internacional. Es decir, explica Soteres, que “si un niño español no es atendido en ninguna de las instancias judiciales de su país, podría, una vez agotadas estas vías, acudir a Ginebra para reclamar sus derechos”. En espera de que las leyes internacionales protejan de manera más efectiva a los niños, el mundo seguirá necesitando malalas. Niños excepcionales que, al fin y al cabo, siguen siendo menores de edad y precisan por ello de una protección muy especial. “Hay que tener mucho cuidado”, advierte el director de Save the Children. “El caso de Malala es muy complicado, hay que estar vigilante con su entorno. Se tienen que garantizar sus derechos”. “El de la intimidad, que pueda jugar, estudiar, vivir con su familia…”. En definitiva, que pueda recoger un galardón en Nueva York de manos de Rania de Jordania, como hizo este miércoles durante la gala de los premios Clinton, siempre que luego se cumpla su derecho a seguir siendo lo que es. Una niña.

Malala en EEUU

La franqueza de Malala se impone en la gala de premios de los Clinton Solemnidad y glamour presiden la entrega anual de los galardones Ciudadanos Globales de la fundación de la familia del expresidente que premian la filantropía EVA SAIZ Washington 26 SEP 2013 - 03:57 CET18 Archivado en: Bill Clinton Hillary Clinton Chelsea Clinton Ben Affleck Joseph Biden Michael Bloomberg Malala Yousafzai Filantropía Premios Eventos Estados Unidos Norteamérica Espectáculos América Sociedad Malala Yousafzai saluda tras recibir uno de los premios Ciudadanos Globales de la fundación Clinton de manos de Rania de Jordania. / CARLO ALLEGRI (REUTERS) Los premios Ciudadanos Globales [Clinton Global Citizen Awards], que desde hace siete años otorga la fundación de Bill, Hillary y Chelsea Clinton, nacieron para premiar el liderazgo y las iniciativas de aquellos individuos que han tenido un impacto positivo en el ámbito de la política, la sociedad civil y el sector privado. La gala, que anualmente reconoce la filantropía en sus diferentes facetas, aúna a la solemnidad de este tipo de eventos la dosis de glamour y pompa mundana tan propia del sentido del espectáculo estadounidense y de los Clinton. La gala de la noche neoyorquina del miércoles fue fiel a esas premisas y combinó la seriedad y la transcendencia de los premiados, entre ellos Malala Yousafzai, la joven paquistaní de 16 años que en octubre del años pasado recibió varios disparos en el cuello y la cabeza por denunciar la opresión y las atrocidades del régimen talibán, o el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, galardonado por su liderazgo en el servicio público, y de otros asistentes, como el vicepresidente Joe Biden, con la frivolidad de las supermodelos o estrellas de Hollywood, que también asistieron al acto. El tono distendido de la ceremonia lo marcó el encargado de presentar el evento, el actor y director Ben Affleck, quien se presentó a sí mismo como Bruce Wayne, el alter ego de Batman, cuyo personaje interpretará próximamente en el cine para desilusión de muchos de los fans de la saga del hombre murciélago. La ex secretaria de Estado se sumó a las bromas y, tras abrazar a Affleck, señaló que estaba deseando que rodara la segunda parte de Argo. “Ahora estoy disponible”, señaló. La figura de la ex primera dama y potencial aspirante a la presidencia en 2016 sirvió de comodín para el humor a varios invitados. Malala, tras ser presentada por la reina Rania de Jordania, aseguró que “incluso en EE UU, la gente está esperando que una mujer sea presidente”, sin duda, uno de los primeros apoyos internacionales para su candidatura. Su comentario suscitó las risas del público y sirvió para distender el ambiente instantes después de que ella misma exigiera a Occidente que “en lugar de enviarnos armas, manden libros. En lugar de enviarnos tanques, manden lápices. En lugar de enviarnos soldados, manden profesores”. Su intervención fue un alegato a la importancia de la educación como garante del progreso y de la igualdad de oportunidades y derechos en el resto del mundo. “Sé que los problemas son infinitos e inabordables, pero la solución es la misma y es simple: educación, educación, educación”, reclamó la joven. Su discurso franco y directo recibió la mayor ovación de la noche e, inevitablemente, sobrevoló sobre el resto de intervenciones de la gala. A continuación subió al escenario el vicepresidente Biden, que volvió aprovecharse de la presencia de la antigua secretaria de Estado en la sala. “Echo de menos nuestros desayunos de los martes”, le recordó a Hillary Clinton. Biden fue el encargado de presentar el premio al alcalde de Nueva York. El vicepresidente, uno de los más firmes impulsores de una legislación más restrictiva de las armas de fuego, elogió la cruzada que para un mayor control de las mismas está liderando Bloomberg. “Nunca se ha dado por vencido en esta materia”, recalcó el vicepresidente, quien alabó la trayectoria política del multimillonario al frente de la alcaldía neoyorquina. “No he conocido a nadie a lo largo de mi carrera que haya estado tanto tiempo al pie del cañón y haya hecho más por construir el futuro que tú”, le dijo Biden. En su discurso de agradecimiento, Bloomberg reconoció que “si siempre hubiera soluciones simples a los problemas complejos, no existirían los problemas”. Las intervenciones de los premiados y sus presentadores se alternaron con las interpretaciones musicales de Elvis Costello, la cantante de Mali, Fatoumara Diawar y la banda The Roots, cuya actuación fue seguida con entusiasmo por el expresidente y su mujer, los anfitriones de una gala en la que la entereza de Malala acaparó todos los flashes. Malala recibió el premio al liderazgo en la sociedad civil, al igual que el obispo presbiteriano ugandés, Elias Taban, el fundador del Barefoot College, Bunker Roy. Además del galardón por su labor en el ámbito público que recibió el alcalde de Nueva York, Jessamyn Rodríguez, fundadora de Hot Bread Kitchen, y Adam Lowry y Eric Ryan, responsables de Method Products PBC, fueron reconocidos por su liderazgo en el ámbito de la empresa privada.

Malala recibe en Holanda el Premio a la PAz

Malala Yousafzai, la adolescente paquistaní que fue tiroteada por radicales talibanes el año pasado, ha recibido el Premio de la Paz de los Niños, equivalente al Nobel adulto, en la Sala de los Caballeros del complejo medieval del antiguo Parlamento holandés. Otorgado por la organización humanitaria KidsRights, Malala ha sido reconocida “por su lucha a favor de la educación de todos los niños en un entorno seguro”, que casi le cuesta la vida. Recibida como una heroína por 400 invitados, entre los que figuraba Irina Bokova, directora general de UNESCO, y el primer ministro liberal holandés, Mark Rutte, Malala ha sido clara y directa.“La solución es muy sencilla: el derecho de todas las niñas a la educación. Para los niños en Holanda, el Reino Unido, donde estudio ahora, o de cualquier lugar de Europa y Estados Unidos, la educación infantil se da por hecho. Así debe ser. Yo quiero vivir en un mundo donde ocurra lo mismo en todos sus rincones porque nadie debe ser excluido de la educación”, ha dicho. Según KidsRights, 32 millones de niñas están sin escolarizar en el mundo por tres motivos: la percepción cultural sobre el rol que deben cumplir en la familia, el coste de su educación y la inseguridad camino del colegio, o en el propio centro. En un estudio firmado también por la universidad holandesa de Leiden, se añade que en Paquistán 3,2 millones de niñas siguen sin ir a la escuela. Originaria del distrito de Swat, situado al noroeste de Paquistán en el valle del mismo nombre, Malala empezó a preocuparse muy pronto por el diferente trato recibido por niños y niñas. La zona está dominada por guerrilleros talibanes, contrarios a la alfabetización femenina, pero a los diez años ella escribía ya un blog bajo seudónimo para la BBC. Contaba sus vivencias en un enclave tan violento, y en 2010, el rotativo The New York Times se interesó por su caso. En octubre del año pasado, cuando viajaba en el autocar escolar, fue tiroteada en la cabeza y dada por muerta por los talibanes. Desde entonces, vive y estudia en Birmingham (Reino Unido) donde le curaron las heridas. La periodista y política yemení Tawakkol Karman, premio Nobel de la Paz en 2011, ha entregado el galardón, dotado con 100.000 euros que KidsRights invertirá en proyectos educativos para niñas paquistaníes.

Malala en la ONU

Malala en la ONU en julio