jueves, 28 de febrero de 2013

Enseñar en Afganistan




Una mañana que nunca olvidaré. Una escuela de verdad. Verán, yo tenía 6 años cuando los talibanes se apoderaron de Afganistán e hicieron ilegal que las niñas fueran a la escuela. Por los siguientes 5 años, me vestí como un niño para escoltar a mi hermana mayor, que ya no podía estar sola afuera, para ir a una escuela secreta. Era la única forma de que las dos pudiéramos educarnos. Cada día, tomábamos una ruta diferente para que nadie pudiera sospechar a dónde íbamos. Teníamos que ocultar los libros en bolsas del mercado para que pareciera que íbamos de compras. La escuela estaba en una casa, más de 100 de nosotras apretadas en una pequeña sala. Era agradable en el invierno, pero extremadamente calurosa en verano. Todas sabíamos que arriesgábamos nuestras vidas; la profesora, las estudiantes y nuestros padres. De vez en cuando, la escuela se cerraba repentinamente por una semana, porque los talibanes sospechaban. Siempre nos preguntábamos qué sabían ellos de nosotras. ¿Nos estaban siguiendo? ¿Sabían dónde vivíamos? Estábamos atemorizadas, pero aún así, la escuela era donde queríamos estar.
Fui muy afortunada de crecer en una familia donde la educación era apreciada y las hijas un tesoro. Mi abuelo era un hombre extraordinario para su tiempo. Un inconformista total de una provincia remota de Afganistán. Insistió en que su hija, mi madre, fuera a la escuela y por eso su padre lo repudió. Pero mi madre educada se volvió maestra. Esta es ella. Se retiró hace 2 años, solo para convertir nuestra casa en escuela para niñas y mujeres de nuestro vecindario. Y mi padre, este es, fue el primero de toda su familia en recibir educación. No había ninguna duda de que sus hijos tenían que recibir educación, incluso sus hijas, a pesar de los talibanes, a pesar de los riesgos. Para él, había un riesgo mayor en no educar sus hijos. Durante los años de los talibanes, recuerdo que había momentos en que estaba muy frustrada por nuestra vida y estaba siempre asustada y no veía un futuro. Quería renunciar, pero mi padre decía: "Óyeme, hija mía, puedes perder todo lo que tengas en la vida. Pueden robarte tu dinero. Pueden forzarte a dejar tu casa durante una guerra. Pero hay una cosa que siempre estará contigo, lo que está acá y si tenemos que vender nuestra sangre para pagar tu educación, lo haremos. Así que, ¿aún quieres no continuar?"

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